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Sistema inmunitario y estrés

El estrés es inducido por una situación difícil o un incidente desafiante conocido como factor estresante, frente al cual el cuerpo desarrolla una respuesta fisiológica o psicológica denominada respuesta al estrés. Cuando el cuerpo está bajo estrés, el sistema inmunitario responde movilizando células específicas en el torrente sanguíneo, lo que ayuda en la lucha o la huida.

Los niveles sanguíneos de citocinas proinflamatorias aumentan durante el estrés, activando así los virus latentes. Selye, el “padre” del estrés, describió las 3 fases del mismo:

  1. La primera y la segunda fase son reacciones de alarma y resistencia, respectivamente, y no son peligrosas.
  2. La tercera fase (agotamiento) puede causar deterioro de la salud.

Los linfocitos exhiben receptores adrenérgicos dependientes del estrés que alteran su actividad, debido a la estimulación adrenérgica. Por otra parte, los patrones de conducta están vinculados a las vías de estrés y al sistema inmunitario.

Descripción general del sistema inmunitario

El sistema inmunitario es una red altamente intrincada y dinámica responsable de defender al cuerpo contra una amplia gama de patógenos, incluidos bacterias, virus, hongos y parásitos. Se pueden clasificar dos respuestas inmunitarias primarias: innata y adaptativa.

La respuesta innata actúa como la primera línea de defensa, brindando protección inmediata pero no específica. Los actores clave son los macrófagos, los neutrófilos, las células dendríticas, las células asesinas naturales (NK) y los mastocitos. Los macrófagos, derivados de los monocitos, son fundamentales para eliminar patógenos y células muertas a través de la fagocitosis, al mismo tiempo que liberan citocinas proinflamatorias como las interleucinas-1 (IL-1), IL-6 y el factor de necrosis tumoral α (TNF-α) para reclutar células inmunitarias adicionales en los sitios de infección.

Por el contrario, la respuesta inmunitaria adaptativa se caracteriza por su especificidad y memoria, lo que proporciona una inmunidad duradera. Esta respuesta involucra a las células B y T. Al encontrarse con antígenos específicos, las células B se activan y se diferencian en células plasmáticas, que secretan anticuerpos, y células B de memoria, que aseguran respuestas rápidas en exposiciones posteriores.

Las células T se dividen en células T auxiliares (células T CD4+) y células T citotóxicas (células T CD8+). Las auxiliares coordinan la respuesta inmunitaria liberando citocinas que activan las células B y las T citotóxicas, al tiempo que mejoran la función de los macrófagos. Las células T citotóxicas atacan directamente y matan a las células infectadas o cancerosas al reconocer antígenos específicos presentados en las moléculas de clase I del complejo mayor de histocompatibilidad.

Los niveles elevados de hormonas del estrés, en particular de cortisol, pueden suprimir la actividad de las células inmunitarias clave y sesgar la producción de citocinas, lo que resulta en un debilitamiento de la respuesta inmunitaria. Esta alteración puede conducir a una menor producción de anticuerpos y una función deteriorada de las células T, lo que en última instancia compromete la capacidad del cuerpo para combatir infecciones y mantener la salud general.

Por otra parte, el estrés puede inducir cambios en la distribución y el comportamiento de las células inmunitarias, como una reducción de las células T circulantes y las células NK, que son vitales para reconocer y eliminar las células infectadas o cancerosas. Este cambio puede disminuir la vigilancia inmunitaria y aumentar la susceptibilidad a enfermedades infecciosas y afecciones inflamatorias crónicas.

Respuestas fisiológicas y fisicoquímicas al estrés

Los seres humanos reaccionan al estrés a través de mecanismos fisiológicos que involucran los sistemas simpáticos adrenomedular e hipotálamo-hipofisario-adrenal (HPA). Las reacciones de estrés prolongadas o desreguladas pueden aumentar la carga alostática y el riesgo de infecciones, enfermedades cardíacas e hipertensión.

La exposición al estrés crónico es común en el estilo de vida actual y tiene un impacto en la salud mental, además de exacerbar potencialmente enfermedades como la diabetes, la obesidad, el cáncer y las enfermedades cardiovasculares (ECV).

Por otra parte, el estrés puede ser inducido por la exposición a la contaminación. Los contaminantes regulan las respuestas al estrés al afectar los sistemas biológicos. El eje HPA del sistema endocrino regula principalmente la respuesta al estrés.

En neurobiología, los ejes alopregnanolona y HPA desempeñan papeles importantes en el trastorno depresivo mayor (TDM) y el trastorno por estrés postraumático (TEPT). La exposición a un estrés grave puede alterar estos niveles al disminuir los niveles de  alopregnanolona, lo que induce TEPT y TDM.

La conducta, el metabolismo y la regulación del sistema  inmunitario están muy influenciados por el eje intestino/cerebro, mediado por la microbiota intestinal, la barrera intestinal y el sistema nervioso central. Por lo tanto, en este sentido, mantener una dieta equilibrada y una actitud libre de estrés puede ser un enfoque potencialmente favorable.

El estrés suele cambiar el funcionamiento psicológico del cerebro. También, aunque las respuestas cardiovasculares al estrés atenuadas rara vez se asocian con la ECV, están vinculadas a factores de riesgo conductuales específicos para la ECV, como ciertos hábitos y la depresión.

Vías que conectan el estrés con la función inmunitaria

El eje HPA desempeña un papel central en la respuesta del cuerpo al estrés. Ante la exposición a un factor estresante, el hipotálamo libera la hormona liberadora de corticotrofina (CRH), que estimula la hipófisis anterior para que secrete hormona adrenocorticotrófica (ACTH). Esto impulsa a la corteza suprarrenal a producir cortisol, un glucocorticoide fundamental para modular las respuestas inmunológicas.

El cortisol tiene un doble efecto sobre la función inmunitaria. A corto plazo, mejora la actividad de las células específicas, como las NK, y promueve la producción de citocinas proinflamatorias, incluidas IL-6 y TNF-α. Sin embargo, la exposición crónica a niveles elevados de cortisol puede provocar desregulación inmunitaria e inmunosupresión.

La exposición prolongada al cortisol reduce la proliferación y la actividad de las células T, lo que disminuye la capacidad del organismo para generar respuestas inmunitarias efectivas. Este efecto inmunosupresor está bien documentado, particularmente en casos de estrés crónico. Por ejemplo, Zhang et al. (2020) hallaron que los niveles elevados de cortisol estaban relacionados con la menor activación y proliferación de las células T en los pacientes con estrés crónico, lo que pone de relieve de qué manera los glucocorticoides elevados pueden perjudicar las respuestas inmunitarias adaptativas, aumentando la vulnerabilidad a las infecciones y reduciendo la eficacia de las vacunas.

Ver IntraMed: https://www.intramed.net/content/estres-sistema-inmunitario

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Ariadna Velázquez Ricardo
MSc. Informática Esp. Educativa. Esp. Gestión, procesamiento y almacenamiento de la información. CPICM-SC. Infomed.

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