Dice un viejo y sabio refrán que más vale precaver que tener que lamentar. Sin embargo, no son pocas las historias que reafirman que esta sentencia no siempre es tenida en cuenta.
Hay quienes a sabiendas de que van por el camino equivocado, se arriesgan sin mirar causas y consecuencias. Otros se escudan en falsas verdades, se victimizan o se sienten infalibles, y obvian ese otro clásico del refranero popular que dice: que en la confianza está el peligro.
Ejemplos, sé que usted los tiene, pero no voy a enumerarlos, sería mejor alertar sobre conductas que se tornan no solo en un problema de salud; también por su incidencia negativa en la sociedad constituyen un riesgo, y pueden convertirse en delito, si se trata de siembra, tráfico y venta de drogas.
Y es a camisa quitada -como se dice en buen cubano-, que hoy debemos de abordar el tema, máxime si podrían estar menores de edad involucrados en el consumo de cigarrillos, estupefacientes, sustancias sicotrópicas o similares. Por eso, cuando se hable de un sembrado de Cannabis Indica, la conocida marihuana, oculto en lo más empinado e inhóspito de una montaña, hay una advertencia; e implícito un llamado a operar con prontitud, pues pudieran ser más.
Cuando un adolescente o joven desvíe sus pasos, se le vea diferente en su andar y actuar: nervioso, irritado, con mirada perdida, ojos vidriosos y hablar enredado; si su rendimiento escolar disminuye, su conducta está siempre a la ofensiva, y comienza a notar que en su hogar desaparecen objetos de valor, dinero, y todo lo que pueda ser vendido o cambiado. Hay una alerta.
Entonces, no se trata de encubrir, justificar o desentendernos del asunto porque quizás no sean sus hijos o los míos; luchar por combatir este flagelo que nubla al mundo, y del que Cuba no escapa, es una urgencia a la que estamos llamados todos.
Siempre habrán señales
“Cuando un menor de edad se encuentra consumiendo drogas o vinculado a hechos de tráfico o tenencia, evidentemente se advierten señales porque comienza a faltar a clases, o a ser impuntual, empieza a reunirse con personas de mayor edad y de mala conducta social, a tener menor higiene, y todo ello ocurre a la vista de sus familiares.
“Los efectos son visibles en el área del aprendizaje, en el sistema nervioso central; hacen dependencia física, procesan a menor velocidad la información, tienen bajo rendimiento escolar, pérdida de la capacidad de atención, problemas de lenguaje, actitud defensiva, baja autoestima, cambios de humor repentinos, sentimientos de culpa, trastornos del apetito, problemas para dormir y descansar bien, baja integración social, disminución de la capacidad motriz, dolor muscular, complicaciones respiratorias y malestar cuando no pueden consumirla. También aparecen enfermedades como depresión, hepatitis, trastornos cardiovasculares y otros problemas derivados del consumo.
“Entonces, recabamos en el papel de la familia, en la necesidad de que cooperen en denunciar a quienes les suministran drogas a los menores de edad, porque así cortamos el delito y evitamos que sigan contaminando a otros adolescentes y jóvenes.
Consumo de drogas: enfrentamiento a un problema latente