Hemos vivido todos estos años admirando a nuestros deportistas como campeones absolutos en sus saltos, nockeando, rompiendo el estambre, derribando a sus contrarios y regalándonos sus medallas, los hemos aplaudido, vitoreado, y hasta cargado en hombros, viviendo la emoción de engrandecer la patria… llenándonos de orgullo.
Por infortunio casi siempre nos faltan ojos para ver al campeón que está al lado nuestro, ese que nos pasa de cerca, que nos da los buenos días o las buenas tardes, que nos saluda con una sonrisa, que nos contagia de optimismo… ¡vaya tamaña ironía de la vida!
Tal vez la cotidianidad nos los impide, pues al tenerlos tan cerca, rozándonos casi el cuerpo, no nos percatamos de su grandeza, yo conozco uno de esos, yo conozco a un campeón con medallas, premios, lauros grandes un campeón, que supo imponerse a la pobreza, a la marginalidad y se convirtió en un artista inmenso en su grandeza y en su humildad en un artista porque sí, porque supo expresar lo que su cuerpo y sus psiquis anhelaban: enseñar, formar, crear, fundar, forjar, crecer, hacer. amar, danzar, cantar.
Empezó a estudiar casi un niño el magisterio y no lo culmino…. los prejuicios son aliados de la incultura, y él fue víctima de ello.
Dicen los que saben y él me lo decía “congo paso a pasito llega” y paso a paso fue creciendo, forjando, enseñando, fundando y legando y se hizo maestro con creces y con mayúsculas.
Cuántos no le aplaudimos en su camino de gloria, yo lo conocí en los avatares de la cultura estudiantil, en los planes de la escuela al campo cantando aquella copla que dice…. pero buey paisano, ven… y escuchando y viendo a todo un coro de muchachos alegres, repetirlo con él, mientras trabajaban en el surco o cuando se volvían al albergue, al finalizar la faena.
Supe y comprobé que como profesor fue exigente al máximo con sus discípulos, que los hacia sudar, que les gritaba para no dejarse vencer por el cansancio y sacar así el extra, que hasta malas palabras, reguladoras y correctoras de conductas no adecuadas, se les escapaban y que pedía perdón o no lo pedía , que se equivocaba y no se equivocaba y aun así, sus alumnos bajaban la cabeza en señal de respeto, de lealtad, de admiración, de complicidad , de compromiso, de cariño y de amor del grande.
Esos alumnos que transitaron por los caminos de hacerse médicos, odontólogos, enfermeros, psicólogos o tecnólogos, pero que sabían tenían ante ellos a un señor maestro, a un genio de la enseñanza artística, a un dueño de las tablas, y de la danza, de esa danza nuestra, tan nuestra, con sabor haitiano, bantú, congo y yoruba, que hizo estremecer hasta el infinito el teatro de la escuela de medicina, el teatro oriente, el mella, el de la CTC, el Heredia, el García Lorca, …. que convirtió sus actuaciones en los escenarios de Francia, Bulgaria, Checoeslovaquia, en estimulo delirante
¿Quién no se recuerda de su ausencia forzada cuando abrió el Tropicana de Santiago, nada más y nada menos para convertirse en director artístico de tan afamado cabaret y sus inobjetables logros?
¿Quién no lo recuerda con sus drelos, reafirmando su identidad de negro santiaguero y cubano, de sus orígenes africanos?
¿Quién no lo recuerda con sus largos y policrómicos collares evocando las distintas deidades de las que se sentía protegido, resguardado a toda prueba?
¿Quién no lo recuerda sin casa, aspirando a un pequeño rincón donde dormir decentemente y no en el teatro de su santa y sagrada escuela?
¿Quién no lo recuerda defendiendo esta revolución de los humildes y para los humildes?
Yo sé, que sabes de quien hablo, de quién escribo, de la persona para que la que pido un aplauso intenso y eterno, el que merece como campeón de la humildad y de la lealtad, como campeón de la enseñanza artística, como padre de ese hijo fecundo que fue la 3 de diciembre., la más grande agrupación danzaria aficionada de la historia en las universidades del oriente cubano y una de las más grandes de Cuba
Sí, pido el más grande y fuerte de los aplausos de la historia nuestra, para ese maestro de las ciencias médicas, que no enseñó ni anatomía, ni fisiología, ni psicología, ni psiquiatría, pero que nos mostró el camino apostólico de la espiritualidad y los valores imprescindibles que nos llevan a amar y a fundar, a expresar el cuerpo en forma de movimientos rítmicos, a las manos blandir machetes en pleno baile con virilidad, fuerza y dramatismo, para él pido ese aplauso, pues, nos llevó -en cada una de sus actuaciones memorables – a ese trance misterioso, que ni la hipnosis ni la santería pueden provocar; me refiero al trance del delirio tremens sin componente etílico, al delirio cuyo contenido es disfrute de lo bello, lo bueno, lo justo y lo hermoso y que aún perdura.
Colegas, amigos, hermanos, alumnos, trabajadores, pueblo… démosle el gran aplauso que nunca recibió en vida, ahora y en la hora de su muerte y también de la postmuerte, a nuestro campeón eterno y absoluto, a don Ernesto Armiñan y Linares.
Amén
Prof. Dr. Alberto E. Cobián Mena
Profesor Titular y Emérito de la UCM-SC