Vivimos en un mundo saturado de estímulos constantes y a veces brutales. Son señales supernormales, más allá de la fisiología y destinadas a manipularla. Una de las formas de sobrevivir a ello es la adaptación mediante la insensibilización. Pero esa adaptación tiene un costo: para estimularnos se necesitan señales cada vez más frecuentes, cada vez más intensas, cada vez más dañinas. Es un bucle perpetuo de aceleración y trivialidad que sostiene el consumo a costa de la salud de los consumidores. Le ocurre a usted, me ocurre a mí. Insensibilizados y aturdidos no vemos que no vemos como es el mundo que habitamos. Ese escotoma epistémico nos impide responder a la pregunta que nos plantea David Foster Wallace: “¿Cómo está el agua? Entonces en lugar de dar una repuesta hacemos otra pregunta: “¿Qué demonios es el agua?”
¿Quién decide?
Acerca del libre albedrío, la voluntad y los automatismos
«Vamos a visitar al imán», dijeron las limaduras de hierro. (Oscar Wilde)
La Evolución ha configurado precisos mecanismos biológicos para cumplir con la función de seleccionar nutrientes y evitar tóxicos. La especie ha invertido millones de años para configurar los sistemas de señalización del hambre, la saciedad o la sed. Hoy los conocemos con una profundidad como nunca antes en la historia de la humanidad pero usamos ese conocimiento científico para manipular el consumo en lugar de proteger la salud. La cultura industrial ha perturbado gravemente los mecanismos regulatorios de la conducta. La pérdida de la regulación de la sensorialidad (palatabilidad) agredida por estímulos supernormales desde la infancia es un instrumento de manipulación del consumo y la causa de graves alteraciones metabólicas, obesidad, diabetes y otras enfermedades crónicas. Nuestra fisiología ha ingresado en la cadena de producción. ¿Quién decide qué vamos a comer? ¿En qué manos dejamos esa decisión fundamental para la supervivencia y la salud de la especie?
Si fuésemos máquinas, cuanto más consumiéramos, menos desearíamos. Pero nuestra tragedia humana es que cuanto más consumimos, más hambrientos estamos. Queremos más, más rápido y más intenso. Lo que ayer fue un placer inesperado, hoy parece una necesidad y mañana será insuficiente. (Robert Sapolsky, Behave)
¿Qué es el declive hedónico? La exposición repetida a un estímulo reduce la respuesta hedónica (placer) mediante retroalimentación fisiológica, cambios de percepción y autorreflexión. La exposición prolongada de un receptor a altos niveles de su ligando reduce su número y afinidad (downregulation). No es un error sino una adaptación. La sensibilidad de un receptor aumenta ante lo escaso y disminuye ante el exceso. La exposición a altos niveles de un ligando reduce su número y afinidad. No es un error sino una adaptación. El problema es la intensidad o duración de la exposición (estímulo supernormal), no la respuesta adaptativa de insensibilización que genera. Para obtener la misma respuesta se requiere un estímulo cada vez mayor.
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