La obsesión por prolongar la vida puede ocultar el verdadero desafío: darle sentido. ¿Cómo entender este dilema desde la intimidad del vínculo médico-paciente? No hay deseo más obstinado —y más ambiguo— que el de escapar a la muerte. Pocas ideas han fascinado tanto al ser humano a lo largo de la historia. Pero desde La Odisea —cuando Ulises rechaza la eternidad ofrecida por Calipso— comprendemos que no todos la consideran un destino deseable. Borges lo expresa con crudeza en El Inmortal, donde vivir para siempre no es un privilegio, sino una condena. El debate actual oscila entre la posibilidad biológica de extender la vida más allá de sus límites naturales, y la pregunta —más compleja aún— de si eso tiene verdadero sentido.
Longevidad: ¿vivir mucho o vivir mejor?
Estamos enfrentando una paradoja demográfica: la expectativa de vida se ha duplicado en el último siglo —pasando de unos 40 años en 1900 a más de 75 en 2020—, impulsada por los avances en medicina, condiciones sanitarias y tecnología de la salud. Sin embargo, de manera simultánea, los índices de natalidad disminuyen de forma sostenida en gran parte del planeta:
> Según datos de la ONU, la tasa global de fecundidad en América Latina cayó de aproximadamente 6 hijos por mujer en 1950 a menos de 1,84 en 2022.
> En Argentina, la tendencia es similar: el promedio pasó de 3,24 hijos por mujer (1950‑1954) a 2,3 en 2020‑2024, con proyecciones que anuncian una futura cifra de 1,2.
> A nivel global, estudios confirman que la tasa total de fecundidad se redujo de 4,84 en 1950 a 2,23 en 2021.
Hemos dejado atrás la lógica del crecimiento poblacional para convertirnos en sociedades que envejecen. El pacto entre médicos y pacientes parece girar en torno a la búsqueda de una fórmula mágica para la vida eterna. Tal vez ha llegado el momento de preguntarnos, con brutal honestidad: ¿quién quiere vivir para siempre?
Genética vs. Estilo de vida |
La longevidad extrema —superar los 100 años— sigue siendo un fenómeno poco comprendido, pero científicamente fascinante. Un estudio publicado en la prestigiosa revista Nature analiza datos genómicos y clínicos de más de 44.000 personas, incluidos 1.800 centenarios, para identificar los factores que contribuyen a alcanzar edades avanzadas con buena salud. A diferencia del enfoque habitual centrado en prevenir enfermedades crónicas, aquí se explora qué tienen en común quienes envejecen bien, desde lo genético hasta lo inmunológico.
Uno de los hallazgos más relevantes es que los centenarios tienen una menor carga de variantes genéticas asociadas a enfermedades comunes, como cardiopatías o cáncer, y presentan una actividad inmunológica más regulada y eficiente. Se destaca la importancia de una “resiliencia biológica” que permite enfrentar mejor el estrés fisiológico con el paso del tiempo. También se observan patrones metabólicos y cardiovasculares más estables en estos individuos, aún en edades avanzadas.
Este enfoque propone un cambio de paradigma: no se trata solo de evitar enfermedades, sino de preservar sistemas funcionales que mantengan su integridad con el tiempo. El estudio reconoce que factores conductuales —como la alimentación, la actividad física y la exposición ambiental— pueden modular los efectos de la predisposición genética. Aunque el foco principal está en marcadores inmunológicos y genéticos, los autores señalan que el entorno y el comportamiento interactúan con la biología para promover un envejecimiento saludable. No se trata solo de tener “buenos genes”, sino de cómo estos se expresan en contextos favorables. La longevidad no solo se hereda: también se construye progresivamente.
Ver detalles: https://www.intramed.net/content/longevidad-vivir-mucho-o-vivir-mejor