La promoción de la noción de capital del sueño como un factor clave para el desarrollo humano en sus múltiples dimensiones se traducirá en un mayor bienestar para el individuo y la sociedad.
Oculto bajo la superficie de nuestra búsqueda continua de productividad, eficiencia, manejo del tiempo y éxito se encuentra un aspecto profundo y a menudo pasado por alto de nuestras vidas que desempeña un rol fundamental en la formación de nuestra salud, bienestar y rendimiento: el capital del sueño, que a nivel social es un activo importante pero pocas veces reconocido.
El capital del sueño se define como el beneficio social, económico y de salud compuesto derivado de parámetros de sueño adecuados, que resulta en un mayor bienestar para el individuo y para las sociedades y las naciones. Como tal, el capital del sueño encapsula al sueño, no solo como una necesidad fisiológica sino también como un activo vital que contribuye y posibilita el bienestar cognitivo, emocional, físico, social y laboral.
El concepto de capital de sueño refuta la narrativa predominante de que el tiempo que pasamos durmiendo es tiempo perdido, y propone en cambio que la calidad emergente de la cantidad, el momento y la regularidad del sueño impactan directamente en la productividad general, la creatividad y la resiliencia.
En un mundo privado de sueño, alimentado por las exigencias de la vida moderna y la presión de estar constantemente conectados, las sociedades agotan sin saberlo su capital de sueño, dando origen a una epidemia silenciosa con consecuencias adversas completamente predecibles, pero generalmente imprevistas. El sueño debe ser priorizado como una medida y un contribuyente a la salud a lo largo de la vida.
La idea recientemente introducida de “capital cerebral” reúne la salud cerebral y las habilidades cerebrales. El capital cerebral entrelazado con el capital del sueño proporciona la base para el crecimiento económico, el progreso humano y la resiliencia social.
De hecho, debe subrayarse la importancia del capital del sueño para la resiliencia cognitiva, emocional y física a lo largo del ciclo de vida, donde la resiliencia puede entenderse como la capacidad de adaptarse a los desafíos, participar en la resolución de problemas y afrontamiento activos, perseverar en el enfrentamiento de los desafíos, mantener la independencia y altos niveles de funcionamiento, y cultivar atributos de sabiduría. Entre estos atributos se incluyen la actividad prosocial, la compasión, la auto reflexión, la estabilidad emocional, la capacidad de decisión en situaciones de incertidumbre y el compromiso con la tutoría.
Sin un capital de sueño adecuado, se agotan los activos que promueven la sabiduría y la resiliencia. Además, un capital de sueño adecuado sirve para prevenir episodios incidentales y recurrentes de depresión clínica y, por lo tanto, puede servir también para modificar el riesgo de pérdida de resiliencia y de deterioro cognitivo en la vejez.
El capital de sueño y el capital cerebral están estrechamente interconectados a través de las funciones ejecutivas (FE), es decir, las funciones de control cognitivas y conductuales (e, indirectamente, afectivas) del cerebro. Las FE son vulnerables a la falta de sueño y al sueño de baja calidad, especialmente al sueño fragmentado.
El sueño es el período esencial en el que el cerebro consolida los recuerdos, procesa nueva información, limpia el cerebro de toxinas oxidativas y de otro tipo, genera respuestas inmunitarias, sintetiza proteínas, permite mecanismos de neurogénesis y experimenta una restauración crucial, que sienta las bases para un rendimiento cognitivo y físico óptimos y el bienestar emocional. Además, el sueño activa el sistema linfático, que desempeña un papel importante en la difusión de factores de crecimiento y en la eliminación de desechos. Además, el sueño (y su interrupción/pérdida) desempeña también un papel integral como modulador del riesgo, la evolución y la rehabilitación de los trastornos cerebrales.
Como concepto, el capital del sueño va más allá de ver el sueño como una mera necesidad fisiológica; reconoce el papel del sueño en las funciones cognitivas, la resiliencia emocional, la salud cerebral general y el valor económico. Es importante destacar que las implicaciones económicas de la pérdida del capital del sueño son profundas. Los estudios revelan que la falta de sueño conduce a una menor productividad, un aumento de los accidentes laborales, el ausentismo por enfermedad y una mayor probabilidad de agotamiento.
Además, la falta de sueño contribuye a problemas de salud importantes y a la fatiga. Entender el sueño como un recurso oculto pero valioso podría allanar el camino para un futuro más sostenible y próspero donde el equilibrio entre el descanso y la productividad se convierta en una piedra angular del bienestar individual, social y económico.
Además, el sueño desempeña un papel crucial en el mantenimiento de la salud cerebral a medida que envejecemos. La evidencia acumulada sugiere que los trastornos y alteraciones del sueño están vinculados a resultados adversos para la salud cerebral, que van desde el accidente cerebrovascular hasta el deterioro cognitivo y la demencia. A medida que la población envejece, la identificación de factores de riesgo modificables para la mala salud cerebral es cada vez más importante.
Los cambios en los patrones de sueño son comunes entre la población que envejece. Los adultos mayores tienden a sentirse somnolientos más temprano en la noche, lo que resulta en despertarse temprano en la mañana a medida que cambian sus horas de sueño. También experimentan menos sueño REM y de ondas lentas, lo que puede afectar la consolidación de la memoria. Además, las personas mayores son cada vez más vulnerables a los trastornos del sueño, como la apnea del sueño. Estos hallazgos sugieren que la falta de sueño en la mediana edad puede ser un factor de riesgo modificable importante para la demencia.
Los problemas de sueño autoinformados, especialmente la somnolencia diurna, están relacionados con una función cognitiva deficiente, que incluye deterioro de la memoria, la orientación y la atención. La falta de sueño afecta la memoria y la función del lóbulo frontal en pacientes con insomnio. Por el contrario, un buen sueño promueve la consolidación de experiencias e ideas, mejorando la atención, la resolución de problemas y la creatividad.
El sueño es un factor de riesgo emergente para la demencia, y la falta de sueño en la mediana edad puede ser un factor de riesgo modificable importante para la salud cerebral. Optimizar el sueño a través de cambios en el estilo de vida e intervenciones específicas puede ayudar a preservar la función cognitiva y retrasar la aparición de la demencia en adultos mayores.
En resumen, y como definición, el capital de sueño es el beneficio social, económico y de salud compuesto que se deriva de unos parámetros de sueño adecuados, lo que se traduce en un mayor bienestar para el individuo y las sociedades y las naciones.
Ingrese a IntraMed con su usuario para detalles: https://www.intramed.net/content/capital-del-sueno-vinculado-con-la-salud-cerebral